La primera vez que se habló sobre el apego en los bebés y niños fue en el año 1950, cuando Jhon Bowly estableció la teoría del apego temprano (0-3 años) en la que se demostró que el apego es un comportamiento innato en los primates y en especial en los seres humanos, ya que aumenta las posibilidades de protección y supervivencia de los bebés y se basa en la proximidad física y el contacto entre la madre (o la figura de apego principal) y el bebé durante estos primeros meses o años.

Tiempo después, muchos otros autores han escrito sobre el apego, pero quiero destacar el experimento que realizó Mary Ainsworth en 1978 en el que se pudo determinar los diferentes tipos de apego.

Mary Ainsworth y sus colaboradores desarrollaron un test que denominaron “Test de la situación del extraño”, que consistía en detectar los modelos de reacción de los bebés de un año cuando su madre abandona la habitación en la que se encuentran.

Los cuatro tipos de apego que se descubrieron son los siguientes:

Apego seguro-autónomo

Cuando la mamá sale de la habitación el niño reacciona, se muestra inquieto y afectado cuando su madre no está y su exploración disminuye visiblemente.



Cuando la mamá vuelve se alegra claramente y se acerca a ella buscando el contacto físico durante unos instantes para luego continuar su conducta exploratoria habitual.

Apego inseguro-evitativo

El niño no reacciona aparentemente a la ausencia de su madre y continúa explorando los juguetes. Cuando la madre regresa, ésta también dirige más su interés hacia los juguetes que hacia el niño.

El niño parece tranquilo, pero en realidad está muy estresado con la ausencia de su madre y de hecho, numerosos estudios posteriores han constatado que su estrés continúa durante más tiempo que en el niño seguro. Sin embargo, el niño controla su expresión de sentimientos porque es como si intuyera que al expresarlos, sufre el rechazo.

Apego inseguro-ambivalente

El niño se muestra muy preocupado en ausencia de su madre, apenas explora los juguetes y controla a la madre aún antes de que se vaya de la habitación. Además, cuando su madre regresa no retoma el juego, porque vacila entre la irritación, la resistencia al contacto y las conductas de acercamiento.

Parece querer asegurar a toda costa una promixidad y una presencia de la que se siente inseguro.

Apego desorganizado-desorientado

El niño no reacciona ni a la separación ni a la reunion con su madre de forma coherente, porque parece congelado en una posición rígida aferrando a su madre y girando la cara sin mirarla.

Este último modelo parece estar más relacionado con diferentes transtornos de la personalidad.

¿qué me llama la atención?

Pues me choca mucho que los niños que tienen apego seguro y que se supone que tienen una relación sana de afecto con su madre son los que en nuestra sociedad denominaríamos más “enmadrados”. Es decir, cuando el bebé tiene un apego seguro con su madre, al quedarse sólo, cesa la exploración y muestra el nerviosismo natural que está sintiendo.

Sin embargo, el bebé con apego inseguro-evitativo, no muestra ninguna reacción negativa a la ausencia de su madre. Parece tranquilo y confiado, aunque por dentro está muy estresado y nervioso.

La mayoría de bebés que conozco que tienen este comportamiento (evitativo) son alabados por todos ¡qué bien que se queda tranquilo con cualquiera! ¡este niño es muy sociable! ¡es muy independiente! y sin embargo, estos bebés están sufriendo en silencio.

Por otra parte, según se explica en el libro “El niño abandonado” de Niels Peter Rygaard, estos modelos de comportamiento observados  a la edad de un año, persisten hasta la edad adulta en un 70% de los casos y parece que se traspasan de una generación a otra a través del comportamiento de apego de quienes cuidan al niño. Es decir, hago con mis hijos lo que hicieron conmigo porque es lo que conozco y con lo que me siento más seguro.

También quiero destacar que el apego seguro-autónomo lleva al niño a explorar y entusiasmarse con el entorno la mayor parte del tiempo, siempre que su madre esté cerca. Los otros modelos consumen tanto la atención y la energía del niño que deja la exploración a un lado para cubrir su necesidad de tener una base segura.

Si el niño tiene una base segura sobre la que posarse, si sabe que puede volver siempre que lo necesite a su “campamento base” y si sabe que su figura de apego está disponible para atender a sus necesidades, no tiene miedo de alejarse, explorar, aprender, desarrollar sus capacidades al máximo, equivocarse e incluso caerse.