Como todos los lunes contamos con Mireia Long para que nos hable de temas relacionados con la crianza y la educación de nuestros hijos que pueden cambiar nuestra vida a mejor.
Mireia Long es Co-directora y fundadora de La Pedagogía Blanca. Experta en antropología de la crianza y la educación, en pensamiento divergente, en establecer límites sin castigos y comunicación no-violenta, en aprendizaje online y cooperativo, en organización de espacios educativos y en altas capacidades.
Licenciada en Geografía e Historia, profesora, conferenciante, madre homeschooler. Ha trabajado además como periodista, publicista y actriz. Autora de los libros: “Una nueva maternidad” y “Una nueva paternidad”.
Hoy nos habla de unos de los problemas que más sufrimos las madres que queremos criar a nuestros hijos de forma consciente y respetuosa: perder el control y gritar.
¿Por qué perdemos el control y gritamos a nuestros hijos?
Una de las cuestiones que, a lo largo de los años, más me he encontrado que preocupan a las madres, es que, cuando se sienten desbordadas por la situación con sus hijos, pierden el control y les gritan.
Y os sentís fatal, culpables, más machacadas todavía, porque veis el miedo en los ojos de vuestros hijos y sabéis, además, que no les estáis dando un ejemplo correcto. La confianza mutua, el respeto, la escucha activa y el ser capaces de reconocer las necesidades de los niños, esas cosas que tanto valoráis, sentís que se van a la basura. Habéis fallado.
Puede que, puntualmente, paréis la situación agobiante y el niño se paralice y obedezca, pero, a la larga, sabéis que gritar es una pésima estrategia y daña. ¿Os reconocéis?
Pues mirad, no os voy a decir que no pasa nada, que todas perdemos los nervios. Bueno, sí, os voy a decir que eso que os pasa no os pasa solo a vosotras. La mayoría de las mamás han gritado alguna vez, y, aunque no lo veáis, les ha pasado en casa, cuando nadie las ve, que es cuando están más solas y sin apoyos.
Yo he gritado. A mí me gritaban, y os aseguro que recuerdo, como vosotras podéis recordar, ese miedo, esa sensación de injusticia y traición. Me acuerdo y no quería que mi hijo sintiera eso hacia mí, como vosotras no lo queréis.
¿Culpables? Mirad, la culpabilidad es una mierda, no sirve para nada. Quien se siente culpable se agarra a su incapacidad, se victimiza, echa la culpa a su propia crianza o a la situación que vive o al niño, pero hace poco por cambiar.
¿Responsables? Por supuesto.
Hemos crecido y somos adultas, y además adultas muy conscientes de la importancia de tratar a los niños con respeto. Y no queremos gritarles. Así que manos a la obra, dejemos de darnos palmaditas en la espalda y, desde la conciencia de que no somos perfectas y fallaremos, vamos a ponernos a cambiar eso que no nos gusta de nosotras.
Os aseguro que se puede. Yo lo he hecho. Vosotras podéis, siempre desde la humanidad imperfecta pero también desde el empoderamiento, la responsabilidad y la conciencia.
[Tweet “Desde la humanidad y desde el empoderamiento y la responsabilidad, podemos dejar de gritar”]
Vamos a ver, ¿por qué gritamos a los niños? Habitualmente no le gritamos a nuestras parejas (o dejarán pronto de serlo), ni a nuestros amigos, ni a nuestros padres, ni a los compañeros de trabajo. No les gritamos ni al caradura que se cuela en la cola del supermercado o al vecino que baja en el ascensor con el pitillo encendido. ¿Por qué le gritamos a nuestros hijos, más indefensos y a los que tanto amamos?
La verdad, les gritamos por muchas razones. La primera es que tendemos a reproducir, cuando estamos bajo mucha presión, los comportamientos de nuestros padres, de manera automática.
Les gritamos, además, porque el peso de la responsabilidad sobre su bienestar recae sobre nuestros hombros y no podíamos imaginar, cuando decidimos ser madres, lo que es eso: la felicidad, la salud y la vida de un ser humano maravilloso depende de nosotras y, cuando creemos que está en peligro (físico, emocional o social) tenemos que evitárselo.
Además, les gritamos porque estamos desbordadas, muchas veces cansadísimas, cortas de tiempo y muy solas. Y, no nos mintamos, no estamos biológicamente programadas para criar niños pequeños sin apoyos prácticos y con unos horarios laborales y escolares que dejan la conciliación en un mal chiste.
[Tweet “No estamos biológicamente preparadas para criar niños pequeños sin apoyos prácticos”]
Toda la sociedad nos marca un ritmo frenético y deja, además, a los niños con una vida tan medida, con tan poca libertad, que terminamos gritando porque se manchan, porque no tienen ganas de dormir a su hora, porque están aburridos de estar metidos en el piso o porque, sencillamente, hacen cosas de niños.
Es verdad que a veces necesitamos que obedezcan, sea porque de verdad están en peligro o porque no queda otra que plegarse a los horarios; otras veces es que se pelean los hermanos o están empeñados en algo que, realmente, es que no podemos concedérselo.
Los conflictos existen. Van a existir siempre. Y criar y educar puede ponernos bajo mucha presión. No va a dejar de pasar, aunque, os aseguro que una buena relación de confianza y paciencia con vuestros hijos hará que los conflictos se solucionen mucho mejor.
Seamos sinceras, ¿de verdad pensáis que gritarles va a hacer que cuando sean adolescentes las cosas no se vayan de las manos? Pues pensad en eso, en la relación que queréis construir con vuestros hijos ahora, cuando tengan ocho años, cuando tengan doce, quince, veinte… cuando sean adultos.
¿Conformes? Ni queréis que vuestros hijos os teman, ni queréis enseñarles que gritar es la manera correcta de solucionar un conflicto en familia ni en la vida.
Volvamos al principio. Como os he contado este problema de los gritos tiene soluciones. En la Pedagogía Blanca investigamos y aplicamos herramientas prácticas, concretas y efectivas que ayudan a las mamás a dejarle a gritar a sus hijos.
El año pasado las sistematizamos en un taller con el que recorrí España y que luego realizamos en el formato online. Casi mil personas lo han implementado ya y lo han hecho con excelentes resultados.
La semana próxima me comprometo a ofreceros un resumen de este curso para que podáis aplicarlo también. Y mientras, si queréis recibir los consejos de la Pedagogía Blanca, nuestros imprimibles y audios, podéis hacerlo en nuestro boletín en este enlace.
Muchas gracias por los consejos! Estoy deseando leer la entrada de la semana que viene, y de momento ya me he suscrito para recibir correos de la Pedagogía Blanca!
Por qué hablamos sólo de mamas??? Y los papas? Quería reenviarle el artículo a mi pareja a la que intentó hacerle ver la manera en la que me gustaría criar. quizás de manos más expertas haga oídos. Pero con esta redacción creo que avanzaré poco. Me esperare a la semana que viene a ver si hay más suerte.
Un saludo
Hola!! Muchas gracias por meter el dedo en la llaga, estaré atenta a toda la info que publiquéis.
En general las aguas corren tranquilas en casa, porque aunque tengo dos terremotos intentamos que jueguen libremente y que experimenten… pero sí hay momentos que sale el Shreck indomable, y es una pena la verdad.
Mil gracias mamichulas!!
Qué difícil es en algunos momentos no chillar, sobre todo, cuando agotan nuestra paciencia o cuando están en un momento de peligro. Con ganas de aprender y mejorar como madre 🙂