Hoy quiero darle voz a las mujeres que han sufrido una pérdida gestacional o perinatal. Mujeres que han perdido a sus hijos y que muchas veces no obtienen la comprensión y el apoyo que necesitan ni de por parte de su familia, ni de los amigos, ni del personal sanitario, ni de la sociedad en general.

Este relato está escrito por Daniela Jarrín, alumna mía de la 7ª promoción de la Formación de Asesora de Lactancia Materna EDULACTA y ella ha querido compartirlo con el mundo y me ha dado permiso para publicarlo aquí.

Gracias Dani <3

Relato materno de una Pérdida

Hoy exactamente hace un año fuimos con mi esposo y mi hija a control de mi embarazo de 8 semanas.

Supimos que estábamos embarazados hace más tres semanas, bueno….en realidad mi hija (de 2 años de edad en ese entonces) lo supo desde el principio y me dijo una noche: “mamá, la ñaña ya está en tu panza” antes de dormir… debo haber tenido máximo dos semanas de embarazo y ella lo sabía.

Después “la ñaña” apareció en nuestros sueños y supimos que era una niña… una niña parecida a su hermana, de pelo café, rojizo a la luz; como la barba de su papá. En mi cuerpo ya habían aparecido algunos “síntomas” de embarazo y estábamos muy felices con la llegada de ésta personita que venía a transformar nuestra familia.

Mi panza aún no crecía y sin embargo yo le hablaba, le acariciaba, ya quería a esa pequeñita que vivía ahí dentro. Su hermana le daba besos y le hablaba también. Su papá vivía el proceso más tranquilo, más despacio…. quizás porque él no sentía los “síntomas”, pero sin embargo había ya pensado en comprar una litera para nuestras hijas.

Después de saber que estábamos embarazados, recuerdo que pasamos un fin de semana en casa, los cuatro…. Muy felices, pensando, sintiendo, aceptando, agradeciendo… Y tomamos la decisión de esperar un poco más para contarles a todos la noticia de que venía en camino nuestra segunda bebé.

A la madrugada siguiente, tuve contracciones muy fuertes y dolorosas y un sangrado, era horrible pensar que habíamos perdido a nuestra bebé, amaneció y desperté sin dolor. Más tarde con un examen de sangre supimos que seguía embarazada y la recomendación del doctor fue reposo absoluto.

Así hicimos… asustados nos trasladamos los tres a la casa de mis papás para reposar, y ahí pasamos (mi segunda hija y yo) en posición horizontal durante una semana; aún con los “síntomas” de embarazo, acariciando mi panza, hablando con esa pequeña que mi cuerpo estaba gestando… sin embargo, yo tenía una extraña sensación de duda que no había experimentado en mi embarazo anterior.

Un día de esa semana, entendí que probablemente mi bebé no se quedaría con nosotros (como tanto queríamos), pero que de todas formas había venido a cumplir su misión, en esas pocas semanas de vida dentro de mí.

Hace exactamente un año un día como hoy regresaron las contracciones y fuimos a control y en la ecografía vimos (lamentablemente yo entendía todo lo que veíamos en la pantalla del ecógrafo) una vesícula perfectamente formada implantada en la trompa izquierda de mi útero y ésta al no poder expandirse más… se estaba reventando. ”Tu doctor va a tener que operarte de emergencia” dijo que ecografista… “y no te preocupes, que todavía son un conjunto de células lo que van a sacar, ojalá no pierdas tu trompa”.

¡Así como baldazo de agua fría! ¡Todo cambió en un segundo!

Mi esposo y yo nos quedamos muy asustados, sin hablar, sin entender mucho… el cuerpo entero me temblaba. Efectivamente nuestro doctor nos pidió ingresar inmediatamente por emergencias para la cirugía.

Mi hermana se llevó a nuestra hija, quien preguntaba por su “ñaña”, le dijimos que la ñaña iba a viajar a una estrella, que ya no estaría más en mi panza y nos despedimos, ahí sentí un poco de tristeza, pero estaba en shock, sin entender mucho.

Minutos después estábamos en emergencias, yo con bata y suero, mi marido asustado… Nos despedimos de nuestra bebita, le agradecimos por haber llegado a nuestras vidas aunque sea por pocas semanas. Me llevaron al quirófano… lo único que me preocupaba era que mi esposo se había quedado solo a esperar que yo salga de la cirugía.

Después desperté en la sala de recuperación, donde preguntaba a cada ser humano que veía si había o no perdido mi trompa y nadie sabía… “no estuvimos en la cirugía” me decían.

Después de algunas horas, aún bajo efectos de fármacos que no me dejaban sentir dolor, estaba feliz, tranquila, sin entender nada, simplemente sonriendo y agradeciendo por estar viva… porque mi trompa no se había reventado antes, por otro lado… aún anestesiada!

Me llevaron a mi habitación donde estaban mi papá y esposo, estábamos felices de estar juntos, yo tranquila porque no sentía dolor, ya era muy tarde… estábamos cansados y había que dormir.

Seguía con fármacos, sin sentir nada en el cuerpo ni en el corazón. Al siguiente día llegó el doctor, había tenido que sacar mi trompa porque la vesícula donde vivía mi bebé estaba completamente adherida a ella y ahí se quedaron en el hospital… la trompa y la vesícula para estudios.

Llegó con el doctor una mujer muy amorosa, quien me acompañó durante el nacimiento de mi primera hija; me ayudó ésta vez a bañarme, conversamos amorosamente, me abrazó fuerte y antes de irse me dijo: pónganle un nombre a su bebé y prendan hoy una velita por ella. Yo tratando de estar fuerte y tranquila, para recuperarme de la cirugía…. me di cuenta en ese momento de que ya no tenía a mi hija en mi vientre. Ya no sentía los “síntomas” que había sentido las semanas anteriores… ¡Estaba vacía!

Y ahí empezó todo…. Un laaaaargo tiempo de dudas, de oscuridad, de incomprensión, de soledad, de tristeza, de tristeza, de tristeza.

De prender una vela… ¡y no tener a quién velar!

De extrañar a una persona que no había conocido, pero aun así yo la amaba y extrañaba, mi cuerpo y mi corazón la extrañaban.

Vivimos una semana más de reposo y duelo en casa de mis padres. Vinieron amigos y familia a acompañarnos… nada de lo que nos decían para mi tenía sentido. “Aún son jóvenes para tener más hijos, deben seguir intentando, seguro ya llegará otro bebé, lo importante es que tú estás bien,” También estaban las personas que evitaban por completo el tema o que al escuchar cómo me sentía, cambiaban de tema, como si eso hiciera que yo me sienta mejor.

Yo estaba vacía, rota y con muchísimas dudas en mi mente.

Había perdido una hija a la que solamente conocí en sueños.

Mi esposo me acompañaba, me abrazaba, me escuchaba pacientemente… pero después de unas semanas también me decía: “¿sigues llorando? Pero si ya pasó…” ¡Para mí el duelo estaba empezando!

Al recuperarme regresé al hospital y pedí los restos de mi hija y mi trompa, me los entregaron en un bloque de parafina y un par de placas. Enterramos los restos en un lugar especial, entre montañas hermosas, al lado del agua, bajo un árbol de Jacarandá que un día será gigante y dará flores moradas.

En los meses siguientes recibí varios consejos, algunas terapias de Shiatsu, fui a dos ceremonias de Ayahuasca, recibí también una armonización hermosa para equilibrar mi cuerpo, fui a dos acupunturistas, tomé flores de Bach, algunas hierbas sanadoras, fui a muchos círculos de mujeres pero sobre todo… lloré y lloré bastante.

De cada una de las cosas que hice para tratar de sanar mi corazón y cicatrices aprendí algo, y de a poquito iba sanando. Acudí también a una reunión para sanar pérdidas gestacionales y neonatales, fue una experiencia muy fuerte, pero sobre todo empática; todas las mujeres que habíamos tenido pérdidas vivíamos un duelo incomprendido, en silencio, casi todas en soledad.

Hoy me ha costado escribir éste relato, porque he revivido momentos fuertes y tristes. Pero con muchísima fuerza y empatía lo quiero compartir, sobre todo a esas mujeres y familias que viven sus duelos en silencio…. Para decirles que no estamos solas/os, que las lágrimas limpian el alma, los rituales ayudan a soltar y a sanar, y sobre todo… que vivan su duelo en el tiempo que sea necesario para ir de apoco sanando sus heridas.

Humildemente les recomiendo que además de buscar ayuda externa, busquen también adentro y vayan sanando… su linaje, sus cargas, todo lo que puedan…

Hoy al año de haber perdido a nuestra hija, aún la extrañamos, sobre todo yo… A veces visitamos su árbol, a veces la buscamos en una estrella con su hermana mayor y cada día la tenemos presente.

Esa pequeñita es parte de nuestra familia, es nuestra segunda hija. Demoré algunos meses pero entendí la misión de ésta hija, he sanado “cosas” de mi vida que sin mi pérdida no habría sanado nunca y estoy profundamente agradecida. Hoy en día soy capaz de acompañar y contener a otras madres o familias que han tenido pérdidas… desde mi propio sentir y lo agradezco profundamente también.

Mujeres y familias… ¡no estamos solas/os! Hablen de sus pérdidas, escriban, busquen ayuda, lloren, busquen adentro, compartan y sanen… no vivan su duelo en silencio, en soledad.

Hoy se cumple un año desde que perdimos a nuestra hija, no celebramos su nacimiento con una fiesta ni honramos su vida y muerte con una ceremonia, simplemente desde mi corazón les comparto que es posible sanar, es posible recuperar la calma y la felicidad… ¡rompamos el silencio!

 

Imágenes gracias a Pixabay