Hoy ha llegado a mis manos este fantástico artículo sobre el día a día de una mamá reciente…o no tanto 🙂 que Mónica de Felipe escribió hace tiempo en su estupendo blog Grupo Maternal
Me ha gustado porque es real como la vida misma, pero esa “crisis” de la maternidad, te ayuda también a crecer mucho como persona y a conocerte muchísimo. Es evidente que sin crisis no hay crecimiento.
Lo copio a continuación:
A las 8 de la mañana él ha salido por la puerta y ella, en sueños, ha escuchado el portazo que le avisa de un nuevo día. El niño se despertó para mamar a las seis de la mañana y dormirá hasta las nueve. Ahora le gustaría levantarse de la cama, pero sabe que si hace el gesto de levantarse, su pequeñuelo, que está dormido acurrucado junto a ella, se despertará y le demandará teta hasta que vuelva a dormirse. A ella le duele la cadera porque debe dormir sobre un único lado para que el bebé pueda mamar cuando lo necesita. Así que se queda allí, en la cama, medio dormida, esperando los gestos del bebé. Está cansada, agotada de no dormir de tirón y su espalda le da calambres cada vez que cambia de postura, el chiquitín ya pesa casi seis kilos…
A las nueve el bebé comienza a dar golpecitos con sus manos y pies y con gorgoritos divertidos la llama. Ella le sonríe y siente que el mundo se esponja en esa cama, con la ternura de ese niño. Juegan un rato juntos, y al final, el bebé demanda teta. La madre le da el pecho y siente una punzada de hambre en el estómago: unas tostadas y un café con leche… solo pensar en la comida le da aún más hambre. Pero sigue dando la teta, cambiando el pañal, vistiendo al bebé… hasta las diez y veinte. Se dirige a la cocina. Aún están los platos sucios de la cena de anoche. No queda pan y hay que hacer café. Ya no podrá desayunar tostadas. Intenta dejar al bebé en el canasto un minuto para poner una cafetera pero… imposible. El bebé llora al momento. Un momento, bonito, es un minuto… parece que va a ser un día duro. Pero por fin puede poner la cafetera. Coge al bebé en brazos de nuevo (que no ha parado de llorar ni un segundo) e intenta lavarse los dientes con él. Imposible. Al menos necesito hacer pis, le dice al pequeño que en el capazo, al lado del water llora a moco tendido.
Al final, se sienta en el sillón con el bebé en brazos que se calma poco a poco y, eso sí, enganchado al pezón. Espera que se duerma. Mira el reloj: son las 11:30, lleva despierta desde las 8 y solo ha conseguido hacer pis y poner una cafetera. Ahora tendría que calentar la leche y tomar el desayuno con una galleta. Parece que no se duerme, así que decide ir a la cocina y hacerlo con el bebé en brazos. No es tarea fácil. Al fin lo consigue y puede tomarse un café con leche y un par de galletas. A las doce el bebé se duerme en sus brazos y prueba a dejarlo en la cuna para poder recoger un poco la casa, o lavarse los dientes, comienza a fantasearla mamá… nada más dejarlo en la cuna, el bebé abre los ojos y llora con tanto estruendo que la mamá lo recibe en sus brazos y pasa el resto de la mañana sentada en el sillón con el bebé encima. De repente le gustaría tener la manicura hecha, o haber ido a la peluquería (su imagen esta mañana ante el espejo le pareció lamentable…) y se siente incómoda y absurda en pijama y bata a la una de la tarde. El pijama está manchado por la leche de sus pechos, no puede moverse, no ha desayunado, no se ha aseado, no ha hablado con nadie en toda la mañana, no ha visto a nadie excepto al bebé, siente un vacío inmenso en el pecho y… comienza a llorar.
Cuando, a las dos, llega el padre, cansado de trabajar y esperando encontrar a su pareja y su hijo recién nacido la situación es:
– la mujer lo espera a él para que cocine, sostenga al niño unos minutos para lavarse los dientes o darse una ducha y mecerla emocionalmente.
– El hombre llega agotado de la calle y le gustaría sentarse, abrir una cerveza y leer el periódico rodeado por la armonía que proporcionan la mujer de la que esta enamorado y el hijo que tanto ha deseado.
– El niño no espera nada, solo pide lo que necesita y si lo recibe, entonces, por él, todo bien.La situación real es:
– El hombre se pone de mal humor porque tiene que fregar los platos de la cena, hacer la comida y ordenar mínimamente la casa.
– La mujer está en crisis pero no consigue explicar qué le pasa ni siente, sin embargo espera que él lo sepa y le ayude.
– El no sabe por qué ella llora.
– Ella no sabe por qué el se enfada tanto.
– El niño sigue pidiendo lo que necesita y si se lo dan, esta bien.
– A ella le parece menos trabajo estar fuera de casa que dentro con un niño en brazos durante toda la jornada y las noches sin dormir: al fin y al cabo el sigue con su vida y ella no.
– A él le parece que no es para tanto estar en casa cuidando de un bebé y que ella se queja mucho.
Lo cierto es que cuidar a un bebé recién nacido significa:Para la mamá:
– Que has de dejar de ser tú para convertirte en nosotros (en esa diada mamá-bebé).
– Que el ego ha de empequeñecerse hasta límites insospechados cuando eres mamá: quitas cacas, tu cuerpo es usado para el alimento del otro, no hay tiempo para ti, tus intereses no cuentan. Es decir, que a partir de este momento, tú no eres la importante (el importante es el bebé); y que tienes que enfrentarte, por primera vez en tu vida, a dar y no a recibir.
– Si has sido una mujer profesionalmente activa (y con puestos de responsabilidad) estos atributos poco o nada te sirven en este rol.
– Hay un cambio de valores: lo importante es lo importante y, por primera vez, también lo urgente, con lo cual no podemos mirar hacia otro lado. Aunque hayamos pensado siempre que era importante el desarrollo personal y sanar las heridas emocionales de la infancia, nos la hemos arreglado para ir escapando por las obligaciones laborales, sociales, etc. Ahora no queda más remedio que mirar: lo urgente y lo prioritario van de la mano. De repente es importante comprender qué me pasa por dentro y por qué, saber que mecanismos operan en mi mente y mis sentimientos.
– Es el momento de depurar, limpiar, actualizar lo que no hayas actualizado hasta ahora.
– La actualización implica vivir el dolor escondido y ser conscientes de quien somos realmente.
Para el papá:
¿Por dónde transita él, mientras el bebé mama y la mamá llora? El papá debe recorrer el camino que lo lleve a la humildad y de allí a la aceptación. La humildad para considerar que en este momento de la historia a él le toca dar y no recibir; que ha de entregarse para apoyar emocionalmente a una compañera recién convertida en madre que, por un tiempo, va a dejar de enfocarse en la pareja con la fuerza que lo hacía antes; y a la aceptación de que la realidad no se asemeja a sus ensoñaciones de familia feliz y armónica. Sus ilusiones y expectativas en esta situación no suelen corresponderse con la realidad. Otra vez, el ego de un adulto ha de encogerse, como el de la madre, y trabajar para poder aceptar lo que hay. Es decir, comenzar el camino de trabajo interior que le lleve a:1.- Poder establecer junto a su pareja una comunicación no violenta. En vez de una lucha de poder para conseguir la atención del otro y poder así satisfacer nuestras carencias emocionales, la relación de pareja puede convertirse en un espacio de encuentro en el que no sea necesario que ninguno reclame nada del otro, porque, sencillamente cada uno se encuentra satisfecho emocionalmente y ofrece al otro amor, sin necesidad de que éste pida.
2.- Apoyar emocionalmente a la madre (abrazar, empatizar, comprender, colaborar, escuchar…)
3.- Trabajar sus aspectos menos desarrollados: Trabajar la ira interior, su relación con el compromiso en las relaciones personales, dar a luz a su paternidad (reflexionar qué significa ser padre ahora), limpiar y sanar el pasado para situarse en un presente pleno.
Es decir, para ambos, la mamá y el papá, asumir la nueva estructura familiar implica que deben reducir el ego. El ego, ese compañero de viaje al que estamos tan acostumbrados, de repente, se vuelve nuestro mayor enemigo. El ego es el que se resiste a adaptarse a la nueva situación. El ego es quien discute, quien pretende llevar razón, el que se siente culpable, o el que culpa al otro, es el que se considera víctima o verdugo, el que manipula o se deja manipular por el otro. El ego es quien no acepta a los demás como son, quien pretende que todos cambien, quien se justifica. El ego es la voz que dice: lo quiero todo, lo quiero ahora, ahora o nunca, siempre o jamás. Dado que nuestros hijos no nos van a necesitar siempre con la intensidad de los primeros años, el ego es el que nos impide tener la cintura suficiente para aceptar que, en este momento de nuestra vida, nuestra misión es cuidar de otro ser humano con todo el amor disponible, retrasando, por el momento, otras facetas de nuestra existencia, quizá igual de importantes para nosotros, pero que impedirían la experiencia completa de la maternidad y de la paternidad.
Así, hay parejas que, ante la llegada de un hijo, se las arreglan para seguir como si nada hubiese tocado sus vidas: mismos horarios, hobbies, misma relación de pareja que antes… en seguida hay quien críe de la criatura (niñera, guarderías, ludotecas, abuelos…); pronto, viajes románticos de pareja sin niños; en seguida gimnasio para ellas con la finalidad de borrar las huellas del embarazo cuanto antes; salidas nocturnas… En este caso, la pareja se ve poco afectada, no hay crisis, pero tampoco crecimiento ni reflexión. Hay otras parejas, en cambio, para las cuales la llegada de un niño es profundamente desconcertante, desequilibrante. La llegada del niño nos sacude, nos zarandea, nos deja al filo del abismo. Es desde esta posición, incómoda pero creadora, que podemos crecer, tomar conciencia de qué estamos haciendo y ganar en visión profunda de la existencia. Esta crisis es una de las más enriquecedoras de la vida si sabemos agradecer a la existencia el que estemos aprendiendo, aún con dolor, a dar en vez de a recibir.
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